Tengo 55 años, dos hijos ya mayores, y una espalda que a veces cruje cuando me levanto del sofá. Pero también tengo una curiosidad intacta por la vida… y una cierta fascinación por el desfase bien llevado. Y no, no hablo de aquellas verbenas de pueblo con sangría peleona y orquesta pachanguera (aunque también tienen su gracia).

La Brunch Electronik: techno, paellas y familias

La primera vez que fui a una Brunch fue por accidente. Mi hija me dijo: “Papá, vente al Poble Espanyol, hay música electrónica y comida rica.” Yo pensaba que iba a ser algo tipo chill-out. Nada que ver. Aquello era un festival en toda regla. DJ internacionales, luces por todas partes, y una energía que no te deja quedarte quieto. Lo más surrealista: había familias con niños corriendo entre los que estaban bailando con gafas de sol a las 6 de la tarde.

Eso sí, todo muy bien organizado, con zona de comida gourmet, buen ambiente, cero peleas y muchas sonrisas. Me tomé dos mojitos y acabé bailando con un grupo de italianos que me invitaron a un after en su Airbnb. Rechacé amablemente. Uno tiene un límite.

La Matinée del Razzmatazz: como si entrases a otro planeta

Había oído hablar del Razzmatazz durante años, pero no fue hasta que un viejo amigo mío de Sabadell me dijo “tenemos que ir antes de que nos jubilemos” que decidimos lanzarnos. Fuimos un domingo por la mañana a la famosa Matinée, que empieza cuando otros están saliendo del after.

Lo que vimos allí dentro fue… indescriptible. Gente disfrazada, bailarines en jaulas, chorros de humo, música que te atraviesa el pecho… y todo el mundo con una sonrisa de oreja a oreja. Una chica con peluca rosa fosforito me ofreció una piruleta (literal, de fresa).

Salí a las 2 de la tarde y al llegar a casa me eché una siesta de 4 horas. Mi mujer pensó que había ido a correr al parque.

Off Week y las fiestas secretas

Una vez al año, Barcelona se convierte en la capital mundial del techno durante la Off Week, que coincide con el Sónar. Lo curioso es que lo mejor no está en los carteles oficiales, sino en las fiestas “secretas” que se hacen en áticos

Un sobrino mío, que tiene 27 años, me llevó a una de esas en la Zona Franca. El sitio parecía una fábrica abandonada, pero dentro había luces LED, un DJ alemán que no paraba de sudar, y un sistema de sonido que te hacía vibrar las costillas. Me sentí como en una película futurista. Y lo mejor: cero postureo. Gente real, música seria y un respeto absoluto por el baile.

El row: el delirio colorido más loco que he vivido

Elrow no es una fiesta, es una locura con coreografía. Todo el mundo habla de ella y con razón. Imagínate entrar en un pabellón enorme decorado como si fuese un circo psicodélico, con personajes disfrazados volando por los aires, confeti cayendo del techo cada 10 minutos, hinchables gigantes y una música que no te da tregua.

Había gente disfrazada de plátano, una tía con alas de mariposa que se me acercó a pedirme un cigarro (y ni fumo), y un tío vestido de Elvis que estaba dando abrazos gratis. En serio.

Salí sudando, desorientado y feliz como un niño. A veces pienso que la juventud no se pierde, solo cambia de ritmo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *